El valor de un diseño

Alguna que otra vez, ante la curiosidad de varios amigos, he comentado lo que más o menos se puede llegar a cobrar por el diseño de un logotipo, un folleto o una revista. Son cantidades genéricas que no llevan detrás ningún tipo de estudio acerca del cliente o la proyección (local, provincial, nacional) del producto. Y pese a ello, siempre (y cuando digo siempre, es siempre) hay quien se sorprende… por lo elevado del precio.

 

A veces me pregunto si yo pensaría lo mismo de no ser diseñador. Al fin y al cabo, es una profesión en la que la percepción del cliente cuenta tanto o más que la calidad del trabajo realizado. Cuando alguien encuentra caro un logotipo (aunque sea por cantidades irrisorias, que de todo hay últimamente) poco espacio puede haber para quien defiende con dignidad su trabajo y pretende cobrar lo que considera justo. Probablemente todo ello venga precedido por un tipo de cliente que no valora los conocimientos o la trayectoria del diseñador. No entiende lo que implica buscar soluciones de comunicación visual para su negocio ni el beneficio que genera proyectar una imagen profesional de cara a sus consumidores potenciales. Y contra eso, poco se puede hacer.

En esta sociedad del casi-todo-gratis-al-instante nos falta mucho para valorar correctamente el trabajo profesional y creativo

No me quiero centrar en el intrusismo que hay en la profesión porque de sobra es conocido y –salvo milagro– deberemos convivir siempre con él, aunque es un factor que ayuda a entender algunos de los motivos por los que el diseño vive un momento especialmente delicado. Se desprestigia la profesión a golpe de click fraudulento y ahí, por un mal entendimiento del ahorro (invertir nunca es malgastar), los que más pierden son los propios clientes.

 

Hace tiempo escuché que el mal diseño resulta imperceptible para la mayoría porque estamos rodeados por él. Quien observe con atención el panorama comercial de su localidad encontrará más de un ejemplo: logotipos inadecuados; tipografías seleccionadas sin ningún criterio; bloques de texto maquetados sin orden ni concierto… Por supuesto, cada uno de estos “diseños” se presupuestan a precio de saldo o –cuidado con esto– directamente se regalan como parte de un pack que facilite conseguir un encargo mayor. Y todo ello por no hablar de algunas webs que ofrecen logotipos genéricos que tan pronto valen para una tienda de ultramarinos como para un negocio de fontanería (¡cuántas veces me habré encontrado el mismo logotipo en diferentes modelos de negocio!). Un despropósito en toda regla, pero para quien prioriza solamente el precio, no hay más que hablar.

 

Es una pena que una profesión como el diseño gráfico no tenga el reconocimiento que merece. Se cobra poco en función del beneficio que genera, pero lo triste es que se quiere remunerar aún menos si cabe. En esta sociedad del casi-todo-gratis-al-instante nos falta mucho para valorar correctamente el trabajo profesional y creativo. Quizás por eso a muchos el diseño les parece caro. Suele pasar con lo que no se entiende.



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